Marion Woodman, fragmentos de su libro Los frutos de la Virginidad



El sol besó mi Crisálida
Y me levanté
y viví
Emily Dickinson

...Tenía tres años cuando hice el descubrimiento psicológico más importante de mi vida. A esa edad descubrí que, obedeciendo a sus leyes internas, un ser vivo pasa por ciclos de crecimiento, muere y vuelve a nacer como un nuevo ser.
Un día, estaba jugando con mi pipa de mazorca de maíz con la que hacía burbujas mientras ayudaba a mi padre en el jardín. Me gustaba ayudarle porque él comprendía a los insectos y a las flores, y sabía de dónde venía el viento. Cuando encontré un bulto pegado en una rama, papá me explicó que la Oruga Catalina se había hecho crisálida, y me propuso que la lleváramos a casa y la claváramos en la cortina de la cocina. Algún día, de ese bulto iba a surgir una mariposa.
Ya había visto cosas misteriosas en el jardín de papá, pero esto superaba incluso mi imaginación. De todos modos, con mucho cuidado, atravesamos los dos alfileres de la crisálida en la cortina y todas las mañanas bajaba corriendo las escaleras con mi muñeca y mi pipa para mostrarles la mariposa. ¡Pero la mariposa no aparecía! Papá me decía que tenía que tener paciencia. Las crisálidas parecen muertas, pero dentro de ellas se van produciendo cambios extraordinarios. La vida de una oruga es muy distinta de la vida de una mariposa y necesitan cuerpos diferentes. Una oruga sólo mastica hojas; la mariposa bebe néctar.
La oruga es asexuada, casi ciega y tiene que arrastrarse por la tierra; la mariposa pone huevos, y puede ver y volar. La mayoría de los órganos de la oruga se disuelven y el líquido que queda ayuda a que crezcan las alas, los ojos, el cerebro y los diminutos músculos de la mariposa que se va desarrollando. Pero todo el proceso es muy difícil, tan difícil que la criatura no puede hacer nada más en esa etapa. Tiene que quedarse dentro de su capullo protector. Yo seguía esperando que esa oruga perezosa y glotona se transformara en una delicada mariposa, pero para mis adentros había llegado a la conclusión de que papá se había equivocado.
Sin embargo, una mañana, cuando estábamos comiendo nuestro cereal mi muñeca y yo, me di cuenta que no estaba sola en la cocina. Y ahí estaba, con las alas abriéndose todavía, brillando apenas con la luz transparente; era un ángel capaz de volar. Su capullo estaba vacío. Ese hecho misterioso que se produjo en la cocina fue mi primer contacto con la muerte y el renacer.
Años más tarde descubrí que la mariposa es un símbolo del alma del ser humano.
También descubrí que, apenas sale del capullo, la mariposa deja caer una gota de excremento que se ha ido acumulando. Generalmente es una gota roja y, a veces, la mariposa la deja caer en su vuelo. Es así que un conjunto de mariposas pude producir una verdadera lluvia de sangre, fenómeno que despertaba terror y recelo en las antiguas culturas y que en algunos casos daba lugar a verdaderas masacres.
Simbólicamente, para liberar a nuestra mariposa también tenemos que sacrificar una gota de sangre, dejar el pasado atrás y mirar hacia el futuro.
La delicada transformación que se produce en la crisálida es una transformación crepuscular entre el pasado y el futuro. Una parte de nosotros sigue mirando hacia atrás, añorando la magia de lo perdido; otra se alegra de despedirse de nuestro pasado caótico; otra observa hacia delante con todo el valor que logra reunir; otra se entusiasma ante las posibilidades de cambio; otra se queda inmóvil, sin atreverse a mirar en ninguna dirección.
Quienes aceptan conscientemente a la crisálida, ya sea en el psicoanálisis o en su vida diaria, aceptan la paradoja de la vida y la muerte, una paradoja que adopta distintas formas en cada nueva espiral de crecimiento.
En El viaje de los magos de T.S. Elliot, uno de los Reyes Magos describe lo vivido en Belén de regreso en su país:
... así que seguimos y llegamos al anochecer, ni un momento antes de tiempo para encontrar el sitio: fue (podría decirse) satisfactorio. Todo eso pasó hace mucho, lo recuerdo. Y lo volvería a hacer; pero escribid. Esto escribid. Esto: ¿se nos llevó tan lejos a buscar Nacimiento o Muerte? Había un Nacimiento, es cierto, tuvimos prueba sin duda. He visto nacimiento y muerte, pero había creído que eran diferentes; este nacimiento fue dura y amarga angustia para nosotros, como Muerte, Nuestra muerte. Volvimos a nuestros sitios, a estos Reinos, pero ya no más a gusto aquí, en el viejo estado de cosas, con una gente extraña aferrándose a sus dioses. Me alegraría de otra muerte. Si aceptamos esta paradoja, lo que parece ser una contradicción intolerable no nos aplasta. El nacimiento es la muerte de la vida que conocíamos; la muerte es el nacimiento de la vida que aún no hemos vivido. Tenemos que aceptar esta contradicción y dejar que nuestro círculo se amplíe. Los que nunca salen del capullo; los que encuentran que la vida es “fastidiosa, rancia, vana e inútil” o, como se dice actualmente, “aburrida”, tiene un grave problema.
Sin poder escapar de su inmovilidad, se aferran a sus juguetes de la infancia, se alejan de la realidad actual y se quedan sentados, esperando liberarse del dolor por arte de magia y poder vivir entonces en un mundo “justo y bueno”, un mundo de fantasía que tenga la inocencia de la niñez. Temerosos de abandonar las relaciones que les impiden crecer; temerosos de enfrentarse a los padres, los compañeros o los hijos que siguen teniendo actitudes infantiles, se hunden en la enfermedad crónica o la muerte psíquica. La vida se convierte en una red de ilusiones y mentiras. En lugar de hacerse responsables de lo que sucede y de aceptar el desafío del crecimiento, se aferran a la estructura rígida que han ido construyendo o que recibieron al nacer. Tratan de permanecer “estáticos”, en una actitud que atenta contra la vida, porque la ley de la vida es el cambio. El quedarse “estático” equivale a la descomposición, sobre todo en el Jardín del Edén.
¿Por qué sentimos tanto temor ante el cambio? ¿Por qué, cuando estamos tan ansiosos por cambiar, nos desesperamos aún más cuando empieza a producirse una transformación? ¿Por qué perdemos nuestra fe infantil en el crecimiento? ¿Por qué nos aferramos a nuestros antiguos lazos en lugar de abrirnos a nuevas posibilidades, al mundo desconocido de nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestra alma? Plantamos grandes bulbos de amarilis. Los regamos, dejamos que les dé la luz del sol, vemos como aparece el primer brote verde, el tallo que se apresura a crecer, las yemas, y luego admiramos las hermosas flores acampanadas que ofrecen un aleluya a la nieve del jardín. ¿Por qué tenemos que tener más fe en un bulbo de amarilis que en nosotros mismos? ¿Será porque sabemos que la amarilis va creciendo guiada por una ley interior, una ley con la que ya hemos perdido contacto?
Si nos damos tiempo para escuchar a la amarilis, podemos vibrar con su silencio. Podemos sentir su eterna quietud. Podemos llegar al fondo del misterio. Y en ese lugar, el lugar de la Diosa, podemos aceptar el nacimiento y la muerte. La bellísima flor va a morir algún día, pero si permitimos que el bulbo repose y lo dejamos en la oscuridad, el próximo año surgirá otra flor.
La inseguridad es la esencia misma del temor ante el cambio. Quienes reconocen su propio valor entre sus seres queridos pueden marcharse y volver sin temor al alejamiento. Saben que los quieren por ser como son. Nuestra sociedad dominada por la informática es fascinante y eficiente, pero está destruyendo cada vez más los auténticos valores humanos. Por muy compleja que sea una máquina, no tiene alma ni se guía por sus instintos. Una computadora pude vomitar todos mis datos personales, pero no puede recorrer los pasadizos subterráneos de mi soledad, ni escuchar mi silencio, ni responder a la sombra que pasa frente a mis ojos. No puede calcular la profundidad y la extensión del alma humana.
Cuando una sociedad se programa deliberadamente de acuerdo con una serie de normas que apenas se relaciona con los instintos, el amor o la intimidad, quienes se deciden a convertirse en individuos confiando en la dignidad de su alma y en la creatividad de su imaginación tienen razón de sentir miedo. Son parias alejados de la sociedad y, en mayor o menor medida, de sus propios instintos. Mientras trabajan en el silencio de su capullo suelen pensar que están locos. También piensan que enloquecerían aún más si renunciaran a la fe en su búsqueda personal. Así como la crisálida estaba prendida a la cortina de la cocina, en la pared de sus habitaciones han clavado un proverbio de Blake: “si el necio persistiera en su estupidez se convertiría en sabio”.....

VOCES DE CRISÁLIDAS:

Trato de calcular cuánto he avanzado en lugar de cuánto me queda por caminar
Siempre me he identificado con lo que no soy. Pero, ¿quién soy? Mi sentimiento de culpa, mi vergüenza y mi temor me están convirtiendo en un ser humano.

Vivía constantemente esperando cumplir con todas mis obligaciones; sólo entonces dispondría de tiempo para mí. ¿Cómo? Nunca pensé en eso. Siempre estuve tan ocupado “haciendo cosas” que me perdí algo importantísimo. Creo que nunca fui niño. No recuerdo en absoluto haber sido un niño pequeño con cierta conciencia de ser YO.

He vivido siempre con la mueca de una sonrisa. Me estaba muriendo. Estoy ansiosa por vivir. ¡Tengo tantas ganas de ser libre! Trato de tener fe, fe en que voy a nacer.

Siento que voy a explotar si tengo que reaccionar ante una cosa más. Me estoy replegando. Me siento aplastada por las presiones del mundo exterior, y las presiones internas son tan intensas que estoy empezando a sentirme realmente enferma.

Antes me sentía capaz, antes hablaba y escribía bien. Ahora no me siento nunca segura, porque no encuentro las palabras. ¿Estoy luchando contra mi destino o mi destino me exige que tome adopte una posición?

Decidí soltar amarras. Dejé que los pulmones se abrieran y que el aire entrara hasta el diafragma. Aprendí a respirar desde el fondo de mí y lo que descubrí allí... ¡Dios mío, qué horror! En el diafragma tenía preso a un asesino.

Siempre tuve la garganta y el pecho llenos de flema. Un día fui capaz de lanzar un verdadero rugido. Entonces pude cantar.

La respiración es la clave para soltar amarras. No me deja encerrarme en una sola cosa. La respiración refuerza las imágenes o les permite ir cambiando. Me permite ser receptivo, armonioso, equilibrado.

Me miro en el espejo. Veo arrugas. Me pongo maquillaje. El lápiz de labios no me ayuda a lucir llena de vida. Veo un rostro agotado y pintado. Tengo sesenta años; en dos años he envejecido diez. Nunca antes me pesó la edad. Ahora quiero ser yo, no una capa que me cubra, simplemente yo. No voy a fingir. Quiero vivir antes de morirme.

Me despierto por la noche. Mi corazón es una caldera hirviente. Creo que es un ataque al corazón. Descubro uno de mis brazos recostado en su almohada vacía. No puedo moverme. No puedo levantar el cuerpo de la cama.

Con los hombres estoy siempre en un tira y afloja. Me ofrecen algo, estiro los brazos para recibirlo y me cortan los brazos. Hacen promesas, pero no las cumplen; siempre quedo vacía. No puedo hacer nada cuando me abandonan. Les doy mi poder, como a mi padre.

Mi esposa anda siempre de mal humor y es ofensiva. No entiende que hay problemas importantes y problemas triviales. Cree que si tiene una opinión enfática sobre algo, es un problema importante... y últimamente tiene opiniones enfáticas prácticamente sobre todo.

Hay una VERDAD elemental cuya ignorancia destruye incontables ideas y espléndidos planes:
Cuando alguien se compromete definitivamente, la Providencia también hace lo suyo. Empiezan a producirse las cosas más variadas que ayudan, cosas que de otro modo nunca se hubieran producido...

Todo lo que puedas hacer,
Todo lo que sueñes que puedes hacer,
Empieza a hacerlo.
La valentía tiene ingenio, poder y magia.
Empieza a hacerlo; ahora.
Goethe
El texto corresponde a extractos del libro “Los Frutos de la Virginidad”, de Marion Woodman (editorial Luciérnaga).