La bella imagen es del pintor búlgaro Valeri Tsenov |
Cuando se habla del ¨bloqueo¨ de un escritor o un artista, no se describen adecuadamente las luchas transformadoras de la psique. Sería mejor llamarlas muerte, incubación, sueño, largas tinieblas.
Al igual que las olas del mar, diversos sectores de nuestra vida deberían, de cuando en cuando, volcarse hacia adentro y alejarse, apartarse bastante, a fin de cobrar renovado poder antes de regresar con la próxima oleada. Salvo que, de nuestra parte, haya pereza, descuido, indiferencia; salvo que secretamente hayamos renunciado a la vida creativa aunque aún no lo reconozcamos; salvo que adhiramos apenas tibiamente al proceso y sólo conservemos la fe cuando las cosas andan bien… Salvo que suceda todo eso, es seguro que, tras un lapso en barbecho, tras un tiempo de sequedad y de falta de frutos, habrá a la larga un resurgimiento, un llamado a que retorne el animador de la vida creadora.
En el mito de Deméter, cuando ésta busca a su hija sin orientarse hacia el interior de la tierra, el pueblo griego perece por una hambruna generalizada. Entonces la gente se reúne y va al Monte Olimpo a protestarle a Zeus. Le piden que devuelva a Perséfone a su madre, porque ellos son su pueblo y están sufriendo mucho. Hasta lo amenazan con ir a buscar a otros dioses si no atiende a sus ruegos. Esto amilana a Zeus, quien no desea que su pueblo se aparte de él. Se devela este misterio: Zeus había conspirado con Hades para tender una emboscada a Perséfone y raptarla. Le había dado su expreso permiso para hacerlo. Ahora Zeus comprende que su trato con Hades tiene efectos más perjudiciales de lo que supuso y resuelve rever su decisión. Llama a Hades; la tierra tiembla y se abre formando una grieta enorme hasta el horizonte; salen del interior humo y llamas, y aparece Hades en su carroza negra tirada por caballos también negros, exhalando fuego. Zeus le ordena que devuelva a Perséfone, pero Hades no quiere plegarse a su solicitud. Perséfone es ahora su prometida y su reina. En ese frío mundo subterráneo en el que mora Hades –que no es como el infierno imaginado por religiones posteriores, sino más bien la tierra de los espíritus, tanto de los muertos que ya abandonaron el mundo como de los que aún deben encarnar en la materia–, Perséfone, con sus buenos instintos y su imaginación, era un ser de una extraña calidez y Hades no quiere perderla.
Al principio, Perséfone se afirma en su trono, pálida como la muerte, y se niega a retornar al mundo material; tampoco Hades tiene idea de cómo puede fundirse con las energías creadoras de Perséfone, pero con el tiempo, gracias a ella, aprende sobre el mundo de la materia y los requisitos para la vida. Al fin, Zeus hace un pacto con Hades: ¨Si Perséfone no ha comido nada en tu tierra de muertos y no nacidos, podrá volver con su madre para siempre, pero si ha comido algo, tendrá que pasar una buena parte del tiempo en el submundo¨.
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