EL ÚTERO... ESE JARDÍN SAGRADO




"El útero es una bolsa formada por haces de fibras musculares, con una puerta de salida, el cerviz, donde estos haces se concentran para poder cerrar la puerta herméticamente con el fin de sostener el peso del feto, de la placenta, del líquido amniótico, etc. contra la fuerza de la gravedad; y, al mismo tiempo poder abrirse hasta los famosos diez cm. para que salga el bebé a término.
La bolsa uterina integrada en el cuerpo de la madre fue un gran invento evolutivo que resolvió de forma prodigiosa la contradicción entre la consistencia del envoltorio protector para que crezca el embrión, y su salida al llegar a término (por ejemplo, los huevos de las aves no pueden ser más consistentes porque de otro modo el polluelo a término no podría romperlo para salir).
El tejido muscular es fuerte y al mismo tiempo elástico y flexible; elástico para albergar a la criatura según va creciendo, fuerte para apretar las fibras musculares del cuello y aguantar 10 ó 12 kgs. de peso contra la fuerza de la gravedad, y flexible para la total relajación y apertura de la salida.
Y todo esto con un dispositivo de cierre y apertura en el que participa un sistema neuroendocrino y neuromuscular, el cual a su vez depende de la sexualidad de la mujer.
Merelo-Barberá decía que este dispositivo no es otra cosa que el orgasmo y el proceso de excitación previa; en definitiva, que el orgasmo fue el invento evolutivo para accionar la apertura del útero.”

“En el colegio estudiábamos que los seres humanos somos animales racionales, y que era esta cualidad de seres ‘racionales’ lo que nos distinguía del resto de animales ‘irracionales’. Sin embargo, parece ser que lo que más nos distingue de las demás especies no es el conocido desarrollo del sistema neurológico humano, sino un gran desarrollo de la sexualidad. La sexualidad humana no tiene parangón ni en cantidad ni en calidad con la del resto de nuestros parientes animales.
Quizá, el gran desarrollo de la sexualidad humana, su gran capacidad orgástica, está relacionada con todo el paquete de transformaciones que se han asociado a la adquisición de la posición bípeda y que dieron lugar a nuestra especie. Porque al adquirir la hembra la posición erecta, y quedar el útero a merced de la fuerza de la gravedad, se hizo necesario un perfeccionamiento específico para el dispositivo de cierre y de apertura del útero.
No era una característica cualquiera de la especie; sino un cambio imprescindible para no desaparecer. La actividad sexual que supone un parto (que tiene unas bases neuro-endocrino-musculares similares en todas las mamíferas) se tuvo que hacer más intensa: más fibras musculares, más terminaciones nerviosas, más actividad fisiológica (y sexual) para cerrar y para abrir la boca del útero.”

"De alguna manera, las contracciones rítmicas de las fibras musculares uterinas, el latido orgásmico, tenía que tener un sentido, alguna misión en la función del útero de acoger el desarrollo embrionario.
Según la sexóloga francesa Maryse Choisy, que realizó en la década de los 70 un seguimiento con cuestionario, durante diez años, de la sexualidad de ciento setenta y cinco mujeres, el útero es el centro del sistema erógeno de la mujer y actúa como una caja de resonancia del placer. Choisy habla de un orgasmo cérvico-uterino que por lo general se confunde con el orgasmo vaginal, y que es el más intenso y de mayor placer que se extiende por todo el organismo:
“El orgasmo femenino auténtico no se produce ni en el clítoris ni en la vagina. Tiene su origen en el cuello del útero... El orgasmo cérvico-uterino… difiere radicalmente de todos los otros placeres en intensidad, en profundidad, en calidad, en ritmo sobre todo, en extensión. Es más difuso. Termina por abarcar el cuerpo entero.”

“Un día las chicas descubren solas, que el gesto de apretar los muslos o las nalgas, un poco más fuerte de lo habitual, les procura un orgasmo situado en alguna parte profunda de su interior.”

“Cuando una mujer empieza a excitarse sexualmente, el útero empieza primero a temblar, como una medusa suspendida en el océano. Y luego a latir, como un corazón, o como el cuerpo de una rana, como decían nuestras antepasadas, siendo cada latido el origen de una ola de placer.
Cuando se recupera en alguna medida la conexión neuromuscular con el útero, su latido se percibe durante el orgasmo, como una ameba que se encoge un poco para enseguida distenderse suavemente, distensión que se siente como un movimiento del útero hacia abajo, como un movimiento ameboide; o como el de un pez que se deslizase en el interior de la cavidad vaginal.
Sin embargo, la socialización de las niñas en la inhibición sistemática de las pulsiones sexuales, hace que dichas conexiones neuromusculares no se establezcan, y por eso nos hacemos adultas sin sentir o percibir el útero: es la socialización en la ruptura de la unidad psicosomática entre la conciencia y el útero, que decía Merelo-Barberá.”

“¡Cómo se entiende ahora el triple mandato encadenado de Yavé: el hombre te dominará, pondré enemistad entre ti y la serpiente (la representante en la antigüedad de la sexualidad de la mujer) y parirás con dolor! Verdadero cimiento de la civilización patriarcal.
Tras varios milenios de socialización en el triple mandato, cuando se aborda científicamente la sexualidad de la mujer, lo que se hace en realidad es abordar la sexualidad de una mujer que desde generaciones ya no vive según su deseo, y que se socializa en una desconexión corporal, con el útero espástico.
Entonces se toma la devastación como lo originario -¡como siempre!- y se define una sexualidad femenina que va del clítoris a la vagina, y se habla de orgasmo clitoridiano y de orgasmo vaginal.”

“Ambroise Paré dice concretamente que el deseo y el placer comienzan cuando el útero empieza a temblar (utiliza los verbos franceses ‘titiller’ y ‘frétiller’). Dice textualmente que los juegos amorosos previos a la cópula son necesarios… hasta que ella se embargue de deseos del macho, lo que sucede en el momento en que su matriz le tiembla. (Tant qu’elle soit éprise des désirs du mâle qui est lorsque sa matrice lui frétille).
El temblor del útero siempre es el comienzo de una excitación sexual. Es como un latido muy tenue y muy seguido, pero sostenido, que toma la forma de temblor en vez del oleaje con latido y ritmo más pronunciado. El proceso del orgasmo siempre empieza con temblor y se va convirtiendo en oleaje, lo mismo que la superficie del mar, que incluso cuando está más calmado, tiembla, y cuando empieza a soplar la brisa, el temblor va haciéndose pequeñas olas, y luego con el fuerte viento, se hacen las olas más grandes.
Y al igual que el mar, un útero suelto y relajado tiembla por cualquier cosa, como la medusa suspendida en el mar: cuando está grávido, y se deja llevar sutilmente por la fuerza de la gravedad; cuando menstrúa y tiembla al abrir un poco el cerviz.
Una mujer contaba que en los comienzos de su cuarto embarazo sentía la pesantez del útero hinchado como un foco de placer, y como si estuviera en un estado pre-orgásmico permanente.
Cuando el útero tiembla, irradia placer como una bombilla irradia la luz; y todo el cuerpo de la mujer va siendo invadido por la radiación, hacia abajo, hacia los muslos, y hacia arriba, el vientre, el torso, los pechos; y al igual que el imán imanta una barra de hierro, la irradiación de placer desde el útero, abarca todo el cuerpo y, en cierto sentido, lo transforma.”

Textos extraídos del libro “Pariremos con placer" de CASILDA RODRIGÁÑEZ BUSTOS.

PERMANENCIA DE LOS JARDINES

En el enrevesado espeso matorral de mis floraciones
has laborado embriagado de almizcles.
No hay almácigo desperdiciado en este amor
donde a diario te desafío
a que encuentres el brote más reciente.
Nunca dije que sería un jardín de senderos bien delineados.
Me constituí como un jardín tropical y húmedo
con especies imposibles de clasificar
pues siempre quise poner a prueba tus intenciones de jardinero
domador de plantas y exterminador de plagas.
Te he asaltado por los cuatro costados con enredaderas tumultuosas
Y hueledenoches de belleza mortífera
Y he abierto hojas como alas de sueños selváticos en los árboles plácidos
que sembraste alrededor de la casa.
En tu alcoba de macho cabrío introduje violetas africanas
y rodeé de jazmines indios los bordes de tus infranqueables ventanas
-esas que ahora el perfume traspasa con ruido de vidrios rotos-
¡Qué bien has soportado, mi amante, amadísimo, cuanta prueba te puse!
Dócil jamás, crezco ahora sin embargo sobre el techo de la casa
Y abrazo esta dulce, fogosa extensión que habitamos
La defiendo con cercos de espinas
Instalo surtidores
para que no la marchite
ni la más cruel de las estaciones.

GIOCONDA BELLI