“CUANDO DIOS ERA MUJER¨ por Mirka Knaster - Segunda Parte: El metalenguaje de las figurinas



El metalenguaje de las figurinas

Marija Gimbutas ofrece evidencia de esta tesis singular en El lenguaje de la Diosa(1989), una obra reciente dentro de una producción académica que incluye más de veinte libros y doscientos artículos.
Allí categoriza cuidadosamente una multitud de hallazgos arqueológicos, establece vínculos entre ellos y las deidades, interpreta sus significados y demuestra cómo han perdurado hasta el siglo XX. Algunos símbolos son la tri-línea, la red, el triángulo y la serpiente, todos los que se asocian, según Gimbutas, con la creación de la vida y la regeneración. Los zigzags y las M grabadas o pintadas dentro de formas de útero o de vulva, sugieren la humedad femenina y el fluido amniótico.
Rana o sapo, tortuga, erizo y pez, símbolos a la vez funerarios y de vida, se relacionan también con el útero. Entre egipcios, griegos y romanos el sapo era considerado ¨una epifanía de la Diosa¨ o de su útero; de allí la creencia en ¨el útero ambulante¨ que describen tanto Hipócrates como Platón. Aún hoy, dice Gimbutas, los campesinos europeos consideran al sapo presagio de embarazo.
De esta manera, Gimbutas ha podido reconstruir la arcadia prehistórica precursora de la religión y de la mitología occidentales. Fue como trabajar en un gigantesco rompecabezas, al que además le faltaban dos tercios de las piezas. Aunque había visto en libros y museos, diminutas y voluptuosas figuras femeninas, no emprendió una investigación seria antes de dirigir excavaciones neolíticas en la Europa sudoriental.
“Cuando vi un material tan rico decidí estudiarlo”, dice. “Era muy atrayente: bellas cerámicas, pinturas. Era como volver al paraíso tras lo que sucedió más tarde.”
Gimbutas intuyó que las llamadas ¨Venus¨, con sus pechos, vientres y nalgas excesivas, significaban otra cosa. La diosa Venus era famosa por su belleza y por ser la amada de los dioses masculinos. Las figurinas que encontró Gimbutas no eran hermosas en el sentido convencional, debido a sus piernas cónicas, su falta de rasgos faciales y sus partes femeninas de tamaño exagerado. Le llevó casi dos décadas darse cuenta de lo que transmitían.
Mientras ciertos investigadores habían atribuido anteriormente su ¨peculiar ideal de belleza¨ a un ¨gusto propio de bárbaros¨, Gimbutas empezó a ver que las enormes nalgas y pechos pendulares-globulares eran una metáfora del símbolo del doble huevo o vientre preñado: la idea de una gran fecundidad.
Sólo después de recorrer a fondo los museos de Europa y conducir nuevas excavaciones en Grecia, Italia y Yugoslavia, clasificando y reclasificando millares de piezas, entendió finalmente “la gramática y la sintaxis de una especie de metalenguaje”. Para Gimbutas, los símbolos eran algo más que meros patrones geométricos. Eran parte de ¨un alfabeto de lo metafísico¨, que revela la visión básica del mundo de la cultura de la vieja Europa.
En su prefacio para El lenguaje de la Diosa, Joseph Campbell compara esta investigación pionera con la de Jean-François Champollion, que al decodificar la Piedra Rosetta a principios del siglo XIX, fue capaz de establecer un glosario de jeroglíficos que sirvieron como claves para el pensamiento religioso egipcio del 3.200 al 30 a.C.
Gimbutas presentó por primera vez sus nuevas ideas en Dioses y diosas de la vieja Europa: 7000-3500 a.C. (1974). Sus colegas se resistieron a sus conclusiones o las ignoraron llanamente. Su editor inglés no quiso aceptar su título, que era Diosa y dioses de la vieja Europa, pese al hecho de que las diosas constituyen más del 95 por ciento de las figurinas. Fue sólo en 1982, cuando el libro volvió a publicarse en rústica, que el orden de las palabras fue restaurado.
“Ni siquiera pensé que sería criticada”, dijo Gimbutas con ese acento que evoca a su Lituania nativa. “Me sorprende que la gente no esté dispuesta a aceptar la verdad. Hay demasiada evidencia de la existencia de la Diosa y de una cultura matrística anterior a los indoeuropeos. Realmente duele oír lo que dicen algunos que solían ser mis amigos; duele porque me doy cuenta de que no quieren saber.”


Extraído de la Revista Uno Mismo Nº 119, mayo 1993, páginas 56-57

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